Powered By Blogger

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Eu não sei parar de te olhar

Se miraron como para besarse...
Faltó que todo se detuviera alrededor, como en las películas. Intuyo, igual, que para ellos no pasaba nada más que ellos dos mirándose. Nada menos. Un poco de arena en los pies. Bastante ron en la sangre. La música vistiendo de un color suave la primera noche del año. Y esos ojos que rara vez se cruzaban. Y esas cabezas que no dejaban de proyectar aquella primera escena. El la contemplaba cuando todos se distraían. No quería ni que ella advirtiera eso. Pasaron algunos días. Casi no pasó nada. O no se dieron cuenta hasta un tiempo después.
El la buscó, pasados algunos meses. Fue un primer intento tímido y poco esperanzado. Y ella no hizo nada que alimentara esa pequeña esperanza. Cada tanto revisaba las fotos de aquel viaje. Verla. Pensarla. Suspirar. En ese orden. Hasta que fue ella la que asomó, extrañamente hábil para generarle algo especial con el gesto más simple.
No necesitaron de muchas palabras para descubrir que el sentimiento era común. Común de compartido, claro. Extraordinario, notarían pronto. Más mensajes y más charlas los fueron acercando. El propuso y ella respondió con una decisión y un coraje que a él lo sacudieron. Había en ella cosas mucho más bonitas que aquellos ojos llenos de luz, que esa sonrisa. Eso lo sedujo. Volver a estar juntos les hizo brotar muchísimas más sensaciones de lo aconsejable por cualquier persona relativamente cuerda. Pero ellos siempre supieron que era una locura a la que le estaban poniendo el cuerpo, el corazón. Cuanto más margen para la razón ofrecieran, menos lugar para disfrutar habría. El calendario acenchando. Ella tenía que regresar. El dolor, la ausencia, el vacío... Nada sería más notorio que la necesidad de estar juntos. Que la confirmación de lo que encerraba aquella mirada inicial... Cada escena pasó a tener sentido. "¿Está todo guionado, no?", pensaron. Se convencen. ¿Y ahora? ¿Qué hacemos? ¿Qué vamos a hacer? ¿Y si si...? ¿Y si no...? Las preguntas, silenciosas, introspectivas, recurrentes. Miles por hora. Miles que se hicieron. Otras tantas que prefirieron ni hacerse. Muchísimas que ni fueron necesarias. Una que él no pudo callarse. No quiso callarse. "¿Querés vivir conmigo?".
Se miraron como para besarse...