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domingo, 27 de noviembre de 2011

Nosotros estuvimos


Tengo la impresión de que si cierro los ojos puedo ver todo. Hasta los olores recuerdo. Los sonidos. Fuimos muy temprano. Estábamos levantados desde varias horas antes. Cada uno en su silencio. En su locura. El Pelado, Matías y yo. Dejamos el auto en un garage sobre Maipú y empezamos a caminar. Bordeando General Paz nos recibió el olor a paty. No me entraba ni un bostezo. Estaba temblando de nervios. Había sido durísima de transitar la semana. Me costaba dormir. Me despertaba exaltado. Se me ocurrían jugadas en la cabeza. Ni hablar de todas las secuelas físicas de esos nervios, de esa angustia. Hasta llegué a soñar que entraba a la cocina de lo de mi vieja -hacía ya unos años que no vivía en Don Torcuato- y sentados a la mesa estaban el técnico y dos de los jugadores más importantes del equipo en plena preparación del partido. "Uy, disculpen", recuerdo que les dije en el sueño y cerré despacito la puerta. Estaba completamente limado. Pero hablaba de estas cosas con el Pelado y me devolvía historias iguales o más bizarras que le pasaban a él. Estamos enfermos, está clarísimo. Y lo digo en presente porque lejos de haberse suavizado esa patología, se acentuó a niveles impensados.
Pocos días después del sueño de la charla en la cocina cayó el capitán de Tigre al diario donde yo trabajaba. El no me conocía. Lo saludé nervioso, como todo lo que hacía por esos días. Y le conté del sueño -+el era uno de los que estaba en la cocina-, avergonzado pero intentando transmitirle el sentimiento. Como yo, como el Pelado, como mi hermano Martín habían no sé cuántos miles. La felicidad de miles en manos de 11 tipos, 16. Poco más de 20, sumando al cuerpo técnico. "Nunca en la historia ganamos en esa cancha. Entendés por qué estoy tan preocupado?", lo miré a los ojos sin soltarle la mano desde que me presenté. "El sábado va a ser la primera". Corto. Como la piña en la oreja que más de una noche soñé que yo mismo -sí, soñé millones de veces que ese partido lo jugaba yo- le daba a Lavandina. Me dio una palmadita en el hombro y se fue. De pronto mis pulsaciones parecían las de una persona en estado normal, de tranquilidad. Un rato antes estaba entre Cassius Clay y Michael Fox.
Pero volvamos al sábado. Como siempre pasa cuando vas llegando a la cancha, empezar a ver gente con la camiseta de tu equipo puesta te genera una electricidad en la piel. Te mirás cómplice. Te saludás. Ni te conocés. Pero tiene tu sangre. Eramos muchos desde bien temprano. Nadie sabía cómo íbamos a estar en tres o cuatro horas. Hay movimientos... Nunca dejó de entrar gente desde que llegamos. Pero ahora hay alboroto, murmullo, revuelo. Son los jugadores. Si allá se ve el techo del micro. Pero sí, son los jugadores. Movida maestra del DT. Nada de entrar por la General Paz. "Vayan y sientan la energía de la gente que viene dejando la vida por vos..." Y la gente casi no interrumpió su paso más que para tirarles buena, acercarles algo que entendían podía darles buena suerte. Gente llorando. Yo lloraba. Y esto también podría escribirlo en presente. La remera negra que me había acompañado desde agosto acusaba el cansancio de un semestre de largos viajes en bondi, tren... Y se la había bancado sin agua que no fuese la de alguna tarde que nos sorprendió la lluvia. Se acerca la hora del partido. No entra nadie. Ya no sabemos dónde ponernos. "Viste? Ahí está La Hiena". Y sí. Y estaría mi bisabuelo en algún lado. Y Ricardo calculo que también. Si él me contagió cuando me subió a sus hombros a los 6 años para ver Tigre 2 - Sarmiento 1. Y ahora yo estaba ahí. Qué suerte que Ricardo me llevó a ver al Matador!!! Qué feo que es lo otro que estoy viendo. No quisiera estar ahí. Este es mi lugar. Esas cosas son mágicas, no? Cuántas veces nos preguntamos qué hubiera pasado si...? Ya no había nada para preguntarse. Estábamos donde teníamos que estar. Nos acomodamos donde pudimos. No veíamos casi nada. Pero el gol del Chino y el del Paragua no me los contó nadie. Si los estoy viendo de nuevo. Y otra vez el llanto. Cómo no emocionarme, si yo estuve. En tu cancha y en tu cara